domingo, 29 de julio de 2012

Refugio


La pálida luz lunar desnuda los sombríos colores del seco jardín que entre ramas desprovistas de follaje y el apagado verde perenne, deja escapar extrañas y convulsas danzante en el telón singular que forma el prominente faldeó cordillerano. La única luz que nos permitimos usar, exagera la tétrica escena, una pequeña lámpara hecha con una botella y algún combustible que encontráramos entre los desperdicios.
A pesar de no haber llegado el invierno aun, la nieve cubre con mortal delicadeza todo lo que nuestros ojos alcanzan a ver sentimos como el viento blanco se cuela por la vieja estructura de la cabaña en que nos refugiamos, al parecer el antiguo caserón era usado en periodo estival como lugar de reposo ya que jamás vimos en las habitaciones ni en la pequeña bodega, atisbos de indumentaria invernal,  además de la pequeña bodega el lugar contaba con dos habitaciones, el estar, un baño y una mínima cocina.
Antes de tendernos entre el baño y el dormitorio principal, discutimos sabiendo la respuesta, si era posible encender la cocina a leña que adornaba la sucia cocina, pero a pesar del frio sabíamos que nos expondríamos de forma infantil a las patrullas que hacia meses nos acechaban, hacia meses también que no comemos con regularidad, nuestros último bocado fueron unos extraños pájaros grises que no eran capaces de levantar el vuelo y que gorjeaban de la forma mas extraña oída al menos por mi, el sonido estaba mas próximo al chillido de un grupo de ratas hambrientas que al trinar de un pichón, peor aun era su sabor, incluso después de asarlo sabia a podredumbre, probablemente toda la fauna muto.
Mientras aun permanecemos refugiados, logramos sentir la presencia de las patrullas, deben estar a más de un kilometro de distancia, los podemos oler. Después del gran bombardeo, creo que no solo cambiamos nuestra apariencia, también se vieron incrementados nuestros sentidos, no solo sabemos que somos más fuertes física y psicológicamente que ellos además mantenemos nuestra capacidad de pensar, de soñar o de amar… No existe relación o responsabilidad nuestra en los cambios grotescos que experimentan nuestros cuerpos, pero aun así nos quieren exterminar.
Se hace tarde, cada vez están más cerca, nos prepararemos para huir, ya no queremos devorar otros seres humanos, el instinto de supervivencia a despertado reacciones que no me atrevo a registrar.
Hoy somos ocho, somos una gran familia de seres amorfos.
Espero lograr conservar esta grabadora y continuar con el relato luego de escapar. Por lo pronto quiero que me conozcan, antes de la tercera guerra, trabajaba como profesor de lenguaje en una escuela publica en la periferia de Santiago, soy un hombre, o al menos lo fui, de 36 años, fui casado, sin hijos, de mi familia no quedo nadie.  

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